Recientemente, el profesor Rafael Ruiloba, catedrático de la Universidad de Panamá, realizó varios ensayos sobre el estado de la poesía panameña actual escrita por mujeres, entre los cuales escribió este que a continuación les comparto y que habla sobre su visión de mi trabajo poético en los últimos diez años. Lucy Cristina Chau o la nueva resurrección de Alcestes. por Rafael Ruiloba En la mitología griega Apolo le da al rey Admeto por arte de birlibirloque dos dádivas propias de la divinidad: el amor de la mujer más bella de Grecia, Alcestes, y ser inmortal, si alguien moría por él. Pero ni su padre, ni su madre en el lecho de muerte aceptaron; tampoco los soldados moribundos en el campo de batalla. Solo su esposa Alcestes acepta morir por él por amor. Y como él solo quería su cuerpo ella termina en el infierno por nada. Heracles la rescata y cuando ella regresa, es otra mujer porque cambia su conciencia. Según el trágico griego Eurípides en su obra Alcestes la tragedia de la mujer es el matrimonio sin amor, pero Alcestes se niega a aceptar la normalidad síquica de la mujer sometida debe transformarse en otra, para liberar su conciencia y no tener la normalidad como enfermedad psíquica. Estas metáforas caracterizan la poética de Lucy Cristina Chau, donde el cuidado del yo personal se integra a una ética de la existencia estéticamente cultivada en su poesía. Esta ideología encarna una respuesta poética al desafío psicológico de las mujeres modernas en una época, donde como dice Zigmunt Bauman, en El Amor Líquido, "el compromiso y la obligación de estar allí han desaparecido". Por eso para ella la casa está rota, la cama nupcial congelada, las mudanzas desarraigan el alma y hay que reparar la conciencia contra el desencanto para no caer en el nihilismo. Pero Lucy va más allá, ahora tiene que reparar la fe, la verdad, el amor y el sentido de la vida. Esta es la intención de su poesía. La poesía es la gota que traspasa la piedra. En Rencor Express escribe “Ha estado en tu casa/ conoce a tus hijos/ ya respiró tu aire/ y te odia./ Mañana volverá/ completará el mapa / de tu debilidad/ no te podrá perdonar/ y se irá a su casa / sin saber ya cómo llegar a ser tú /despedazándose/ en la agonía de tu nombre/ y su falta de apellido formal. Ha pisado tu casa/ cree conocer a tus hijos/ ya respiro tu aire/ y te odia/ Esto quiere decir que ella no se hace ilusiones, con un reciclaje amoroso porque no quiere pagar la módica suma de 10 años de vida para liberarse de una mala relación. Sus poemas, situados en el territorio de la puerta cerrada, en lo íntimo hogareño, en los instantes emocionales que son hitos en la vida, no tienen un saco para repartir nostalgias porque su poesía no tiene pasado, ni futuro, solo presente. Ubicada en ese instante áspero del desahogo de la siempre niña que es, se dedica a restañar las heridas de la vida para reconstruirse cada día; para sacarse con la navaja de la ironía las falsedades morales que inutilizaron su vida. En su poesía hay una religiosidad encubierta, en confesiones, misas, altares, diosas, miedo a lo desconocido porque como no tiene muletas psicológicas con su poesía tiene que reconstruir su fe en sí misma cada día. De allí nace su franqueza sin fingimientos, su personalidad sin máscara, sus deseos sin engaños; su presente sin lágrimas y una pequeña dosis de soledad como estoicismo creativo. Así podemos caracterizar ese libro electrizante que es La Casa Rota. En su poema Misa escribe “Somos seres sin fe / abarrotando la iglesia de la esquina/ somos aliados del mal/ robando hostias a punta de lengua/. Somos demonios confesos/ portadores del encaje y la herejía/ En el pecho cruces de neón/ en la cara envidia/ y en la vida/, en la vida/ en la vida/ jamás hemos pedido perdón sin prisa/. No hay mejor descripción de la modernidad como hipocresía. Por eso ella por medio de la poesía limpia su alma de las impurezas de su yo puro y desolado. Quita la hipocresía, la doble moral y en cada uno de sus poemas su discurso hace el viaje de la desolación a la esperanza. En medio de esta se oculta la paradoja de la vitalidad renovada. Porque reacciona frente al horror de la vacuidad, frente al sin sentido de los valores de la cultura asignada a las mujeres como parte de la programación cultural de la normalidad inútil. Tal como lo describe en su poema “Y creí que era justo” para describir la falsedad de valores. Por eso como Alcestes, Lucy Cristina Chau regresa del infierno de la vida convencional y se ve obligada a reconstruir su conciencia. Esto reedita un viejo mito de la poesía de Vanguardia. Sinán lo trata en Saloma sin sal o mar donde describe el proceso psicológico por medio de cual dejó de ser Bernardo Domínguez Alba para ser Rogelio Sinán. Lucy en La Casa Rota nos deja entrever como se transformó en la poetisa Lucy Cristina Chau. En Mujeres o diosas la ironía supera el desencanto, clava su sarcástico arpón en la vida cotidiana de los valores muertos, donde el lucido mandoble del laconismo hace que el poema se extienda en lo no dicho para entablar el Judo moral contra el sin sentido de la vida y esta es la paradoja que hay en todos sus poemas, sobre todo en Altar. Los valores de la vida familiar lactada como tradición familiar fue más bien un fenómeno “natural”, basado en la división convencional de los papeles de la mujer, pero para ella la vida va por otro lado “Si no hay otra verdad usaremos la misma”. Dijo en La Casa Rota y el libro Mujeres o diosas es el compendio de las nuevas verdades. Por eso su libro asperja desilusión y construye esperanza. Anima su soledad con el sarcasmo al hacer evidente el sin sentido. Esas son las razones de la sin razón que tiene que sacar de su vida; estos son los falsos ideales que tienen que limpiar de su conciencia con su poesía. Ella no apela al consumo idealista del amor o al de las virtudes ecuménicas de un manual para el reciclaje amoroso, ni escribe una poesía esencialista sobre juventud, vitalidad, amor o belleza; su poesía es la piedra del desencanto cuya onda escalda la vida con su eros de hogar. Su poesía es el festejo de la ironía; es fiesta contra el luto, terapia contra los reveses, llama de erotismo velado contra el sofoco de las ansias, procesión de penas llevando en andas su angustia para desecharla; antífona de la ironía, trino de su verdad amarga. Por eso Lucy Cristina Chau por medio de su poesía refunda los valores de una existencia nueva como mujer libre. Su poesía busca la regeneración radical de la quimérica normalidad que tienen como manager la moralidad hipócrita y sus acólitos falsarios. ¿Cómo puede una mujer tener la capacidad de reconstruir su vida cuando los valores de la normalidad no significan nada en una sociedad amoral, signada por la precariedad de los vínculos humanos, o por los espasmos de una proximidad virtual que instituye modos de vida cuyos valores están gastados? Como hacerlo sin ser la viuda del ex marido, sin buscar refugio en una gárgara de amantes o ahogar su conciencia en subterfugios religiosos o en muletas sicológicas del sacrificio o la inconsciencia de sí. La solución es una poesía como ética. Donde se recupera a si misma aferrada a los valores de lo femenino. De esta manera ella conjura estas puertas falsas de la soledad con la ética de la mujer libre, para renacer cada día como Alcestes siendo Lucy Cristina Chau.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
AutoraEscritora, docente universitaria, traductora e investigadora. También se ha desarrollado en el campo de la música y las artes escénicas de la mano de artistas y grupos artísticos como Clavo y Canela (2000), Trópico de Cáncer (2004), El Kolectivo (2012) Teatro Carilimpia (2014) y Mar Alzamora-Rivera (2015) Archivos
Julio 2022
Categorías |