11/4/2023 0 Comentarios Mi pueblo y sus luchasPequeña como se ve, la tierra en la que crecí tuvo la suerte buena y mala suerte de haber emergido hace más de diez millones de años en medio de dos océanos: el Atlántico, por el cual llegaron los aventureros de Occidente en el siglo XV; y el Pacífico, la joya más importante que encontraron en su búsqueda de fortunas para revivir la economía del viejo continente. Esta condición de istmo la ha tenido constantemente en la mira de exploradores, piratas, corsarios y comerciantes que no han perdido tiempo en ponerla a trabajar sin tregua para sus intereses personales y con poco interés por sus pobladores, ya sean estos de la flora, la fauna o de los asentamientos que la forman. Desde cualquier punto de vista, Panamá, Banabá o como la llamen, siempre fue el camino y el destino del comercio mundial.
Vivir aquí es un constante deseo de arraigo, un asombro niño ante tanta biodiversidad, y a la vez una tensión constante tener que defender lo que no tendría que ser motivo de discusión. Y es que como a todos los pueblos del continente, nos tocó pedir permiso en casa propia, hacer revueltas para convencer a los europeos de un derecho indiscutible de soberanía y pagar con creces por el “atrevimiento” de reclamarnos libres en la tierra que bien les recibiera de visita. A tantos kilómetros de distancia y un mar de por medio, los gobiernos europeos pretendían reinar para siempre, inyectando la idea de un dios que todo lo ve menos el abuso, y socavando nuestro suelo a punta de pólvora. Eso y todo lo que chorreaba de sus ideas de superioridad racial, como que nos hizo odiarnos sin entender que éramos solo el reflejo de los siglos de traumas y absurdos. Ya casi a salvo de los ilógicos dominios ibéricos, nos vimos con el enemigo adentro. Por un lado, los criollos, convencidos de haber ganado un derecho por herencia y, por el otro, la maldición del Destino Manifiesto, una suerte de invento delirante que no deja espacio a la discusión, porque también —según ellos— les viene de este amigo de ellos, Dios, que dice que el poder les queda bonito justo a ellos, a los gringos. Entonces, y desde entonces, toda empresa que pisa el istmo, se siente como obligada a llevarse un pedazo, ya sea en oro, en rentas o en cualquier mineral que les sirva para ganarse un lugar en el mundo. No queda títere con cabeza cuando una jauría de “inversionistas” nos sonríe bajándose del avión, porque no hubo consorcio que nos quisiera bien, ni porque acá regalamos hasta los dientes cuando nos enamoran. Mi pueblo ha tenido que luchar para sacar tantas ratas, que el trepa-que-sube siempre nos agarra cansados y se nos meten por la otra puerta. Lo que pasa es que entre infiltrados y bucaneros siempre se entienden y las negociaciones cuando una las revisa, estaban amañadas por la mano tenebrosa de alguien de adentro. Independencia, Separación, Tratados Hay-Bueneau Varilla, Torrijos-Carter, TLC (todos, sin excepción) o Ley de Minería, todas tienen en común algún negociado que se escondía bajo la afable sonrisa de sus negociadores. La cuestión es que no hay manera de echar a andar un país sin la intervención de intereses económicos y geopolíticos que busque extraer ganancias exageradamente. Hoy, el enemigo se llama minería a cielo abierto. Varias son las empresas que, como First Quantum Minerals, no se quieren ir hasta que no saquen hasta el último pedacito de riqueza que sea posible. Lo que pasa es que nuestros gobiernos, a quienes contratamos para que administren nuestros recursos, actúan como traidores. Pero no es el único enemigo y el problema es que no hemos sido informados de cuántos consorcios internacionales tienen su mano metida en nuestra tierra. Las apuestas corren por el agua, por la vía interoceánica, por el corredor mesoamericano y por la vanidad de comprar islas y costas en el paraíso tropical y financiero de setenta y siete mil kilómetros cuadrados que piensan que está lleno de empleados de bancos y meseros para servirles coctel de camarones y whisky. Ya no se requieren armas, ni barcos piratas (aunque los siguen enviando para sacar minerales), porque el dispositivo de control está entre nosotros. Acuerdos que benefician individuos, pagos que recorren las rutas invisibles en otros paraísos fiscales, beneficios que son inconfesables, promesas de otros negocios con los que estos mequetrefes se volverán millonarios en silencio, mientras nuestro pueblo pelea en las calles para reclamar apenas lo que sabe que está mal, mientras unos contra otros nos odiamos porque creemos que es más importante pasar por una calle que hacer valer nuestros recursos; todas estas maneras de saquearnos han superado en creces los cañones piratas y la pólvora con la que nos disuadieron para fundar ciudades en tierras ajenas. Por eso digo que tuvimos esa mala suerte de vivir en una tierra que surgió de las aguas, pero también sé que tuvimos la suerte de ser testigos de millones de años de evolución y especies endémicas, de recursos naturales impresionantes, de climas diversos y de poblaciones fuertes, cuya sabiduría es la de la tierra misma. Tuvimos la suerte de que quienes llegaron esclavizados, encontraron espacio en nuestras montañas para el cimarronaje; que quienes llegaron a buscar una mejor vida, pudieron lograrla gracias a la generosidad de quienes aquí sabían de agricultura, de medicina ancestral y de solidaridad. Tuvimos la suerte de que por muchos años, el abandono de los gobiernos dejó que crecieran flores y frutos donde nadie miraba. No tendremos la mejor educación, pero si una sensibilidad impresionante para ayudar al otro y por eso algunos pretenden abusar; no tendremos la mejor tecnología, pero nuestras manos saben crear, reparar y procurarse alimento aunque las tiendas se vacíen. Puede que a Panamá le falten gobernantes honestos, pero le sobran niñas y niños con ilusión de vivir y amar, le sobra alegría y amor, está repleta de dirigentes que dedican una vida a luchar, de educadores que trabajan con las uñas para que sus estudiantes aprendan a defenderse en el mundo, de madres y padres que cuidan a los suyos y de hijas e hijos que volvemos siempre a casa para un abrazo. Si, tenemos la buena y la mala suerte, pero más que nada se trata de la decisión de hacer valer el privilegio que nos dio la vida, de sobreponernos al miedo y a la decepción para reclamar justicia, porque cada vez que un gobernante nos traiciona, nos quita décadas de avances científicos, pedagógicos y sociales. “No es la moda de llamarnos tercos”, como decía la poeta Diana Morán, sino la conciencia de ser custodios de una tierra inmensamente rica, estratégicamente ubicada y poblada por una variedad de migrantes de casi todas las esquinas del mundo, que solamente queremos cuidar esta tierra y vivir dignamente.
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AutoraEscritora, docente universitaria, traductora e investigadora. También se ha desarrollado en el campo de la música y las artes escénicas de la mano de artistas y grupos artísticos como Clavo y Canela (2000), Trópico de Cáncer (2004), El Kolectivo (2012) Teatro Carilimpia (2014) y Mar Alzamora-Rivera (2015) Archivos
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